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Para mis amigos

Hoy me levanté, sin razón aparente, con el corazón hecho un nudo, con la angustia repiqueteándome en la nuez de la garganta y con el deseo de expresar qué es lo que estoy sintiendo. Sé que todo en mi vida está bien, o al menos está en un buen proceso. Queda mucha hierba por limpiar en el terreno de mi espíritu, pero veo con alegría que aquél lote baldío lleno de porquería toma poco a poco la forma maravillosa de un jardín donde pueden brotar las más hermosas flores de mis más profundos sueños. He cortado incluso ya algunas cuantas flores y he logrado colocarlas felizmente en el gran florero que llevo justo en el centro de mi corazón, adornándome el alma.



Con altas y con bajas voy, creciendo y eliminando de una vez por todas y para siempre, la basura emocional que me estorba. Y precisamente por lo complicado que esto está siendo, quiero compartirlo con todos. Porque me es triste ver a tantos seres que, al igual que yo, siguen golpeándose la cabeza contra el muro de los miedos, atados a las cadenas de las culpas, sufriendo por no darse la oportunidad de conocerse para ser felices. Me pone tan triste ver a nuestras espaldas pesadas cargas que no nos corresponden, sujetándonos con uñas y dientes a la mísera visión que tenemos de nosotros mismos y que nos impide volar y darnos cuenta de lo maravillosos que en realidad somos y de lo felices que merecemos ser. Y sé que la vida es así para todos porque mis amigos comparten sus sentimientos conmigo. Hay muchos de ellos que están pasando por malos momentos. Hace días una frase escrita por Cristina sembró en mi alma la semilla de escribir esto y derramó la última gota del vaso de mis emociones. Mi corazón responde instintivamente a las penas de aquéllos con los que comparto la aventura de la vida y no puedo evitar querer acercarme a todos estos seres que por alguna razón vibran en mi frecuencia.



Y aquí estoy, llorando a mares tratando de que lo que yo siento, de que mi proceso de lucha, ayude a los demás a salir adelante. ¡Porque todos compartimos el mismo dolor! La vida es cíclica. La vida cambia, pero se repite. Es decir, cuando no ha sanado tu mente, se repite en el mismo lugar, con las mismas circunstancias, con el mismo dolor y con la misma pérdida. Pero, por el contrario, cuando ya has sanado y has aprendido, y cuando ya has trabajado en ti mismo y has crecido, entonces la vida se repite en el mismo lugar y con las mismas circunstancias, pero tú ya no eres el mismo. Y el resultado es completamente diferente.

La vida está hecha de cambios, de eternos comenzares, de principios y finales, de caerte para volverte a levantar, del recuento de los daños. La vida es negro y es blanco, la vida es ying y es yang, la vida es orden y es caos. Y la vida mayormente (a pesar de que la gente 100% positiva quiera vendernos lo contrario) es aterradora. Con esto no quiero decir que no sea maravillosa. Quien bien me conoce sabe que amo la vida. Y sólo por decir que da mucho miedo abiertamente, creo que mi amor es más genuino y honesto: porque la amo no sólo viendo lo bueno y la amo a pesar de lo malo. En fin, la vida es aterradora, es cambiante y es un caos. Y esto puede arruinarte la existencia si sigues tratando de “agarrarte de afuera”. Sólo se sobrevive con paz y armonía al torbellino de la realidad cuando estás bien agarrado por dentro, cuando te agarras de ti mismo, cuando te tienes a ti tan claro y tan fuerte, que puedes sobrevivir a casi cualquier cosa.



Pero en la escuela no nos enseñan a conocernos. Y nuestros padres… benditos, amados, hermosos y humanísimos, llenos de virtudes y de defectos, padres, desafortunadamente, en medio de su historia personal, sin mala intención y con todo el amor del mundo, casi siempre se equivocan en aspectos de autoestima. No es su culpa. Ellos apenas pueden con su propia alma. La situación es que nadie nos enseña a amarnos de verdad. Y yo, estos últimos años, he vivido tratando de “agarrarme de afuera” porque nadie me enseñó a agarrarme de mí misma. Ahora estoy aprendiendo a hacerlo. (A putazos, pero lo estoy haciendo.) Y creo que nunca es tarde para entrar a la vida por la puerta principal y para partirme la madre con cualquier monstruo de mi pasado que no me está dejando ser feliz ni libre.

Deseo con todo el corazón ser feliz y dejar de sentir que no valgo, que no le importo a nadie y que mi presencia en la tierra da exactamente igual. Daría lo que sea por saber al fin tomar con coraje las decisiones que no he sabido tomar por miedo de despertar a los monstruos de mi pasado, por pánico de ser expuesta o por la angustia que nace del estúpido pensamiento de que “si me descubro como verdaderamente soy, seré destruida por mi pasado”. Lo sé. Lo sé porque lo estoy viviendo, porque lo estoy sintiendo. A mí me está costando mucho trabajo y muchas lágrimas darme cuenta de que conocerme significa creer, creer en mí misma para ser adulta y para aceptarme verdaderamente. Por eso, compartir esto que es tan personal con los demás es un regalo que me debo a mí, en primer lugar. Y en segundo a las personitas a las que amo. ¿Saben por qué nos pasa esto? ¿Saben por qué duele tanto? Por lo poco que nos amamos, debido a lo mucho que nos enseñaron a menospreciarnos.



A todos mis amigos: a ti que te encuentras en la frenética búsqueda de ti mismo; a ti, que estás en crisis emocional o moral; a ti, que sufres de amor propio; a ti, que no sabes qué está pasando pero sientes el corazón oprimido… A ti dedico estas palabras que alguna vez leí, y que ahora parafraseo con mis propias palabras: cree en ti, porque eres único. Tú puedes hacer cosas que nadie más puede hacer. Tú tocas la vida de otras personas de tal manera que solo tú puedes hacerlo. Hay una energía en el universo que sólo tú puedes entregar, porque nadie más tiene el alma que tú tienes. Tienes derecho a estar aquí porque eres especial, porque estás aquí y porque el único ser que puede cumplir tu propósito en este mundo eres tú.

Algunas personas, circunstancias o experiencias dolorosas nos hacen dudar de nuestra importancia y de nuestro valor. Por favor, te lo suplico, no permitas que esto te ocurra como me está ocurriendo a mí. Cree en ti porque tienes derecho de hacerlo. Una vez, un amigo me dijo esto: “Si por alguna razón en este momento no eres capaz de creer en ti misma, Ita, entonces permíteme hacerlo por ti hasta que tú puedas. Será un placer". Al final, mi amigo se fue de este mundo y yo todavía no he podido creer en mí misma. Ya es tiempo, ¿no? Ya es hora.



Un gurú preguntó a su discípulo si sabía cuándo acababa la noche y cuando empezaba el día. El contestó: “Cuando ves a un animal a distancia y puedes distinguir si es un caballo o una vaca sabes que es de día”. El gurú le dijo: “No.” Entonces el discípulo se quedó pensando y poco tiempo después dijo: “Cuando miras al cielo y puedes ver las estrellas sabes que es de noche y cuando sientes los rayos calientes del sol sabes que es de día”. El gurú lo miró y le dijo: “No, tampoco. Pero te daré la respuesta: cuando te miras a los ojos en el espejo y te puedes decir que te amas sintiéndolo con el alma, cuando te conoces lo suficiente como para sentirte orgulloso de ti mismo, cundo te aceptas tal cual eres, cuando pierdes el miedo a enfrentarte a tus emociones, cuando al fin te atreves a dejar de ser un niño perdido en el mundo de los adultos, cuando logras ser coherente con tus sentimientos y tus actos, cuando descubres la verdad de tu ser, cuando arrojas las culpas al aire y sanas tu alma, cuando comprendes en el fondo de tu corazón que mereces ser tan feliz como lo has soñado y trabajas y trabajas y trabajas y trabajas en ello para serlo, es de día. Cuando no eres capaz entonces, sea la hora que sea, sigue siendo de noche”.

Lecciones de urbanidad 1


Hay muchos temas de los que quiero hablar en relación con las lecciones de urbanidad, pero como no hay tiempo que alcance, hoy sólo tocaré una de las vertientes: las groserías o tacos. Hay personas a las que no les gusta que escriba malas palabras en el blog, o que las diga en la vida diaria. “No son necesarias” según me dicen. El asunto es que yo soy mal hablada. Claro, sé cuando decir malas palabras y cuando no decirlas. Durante años he cantado frente a muchas audiencias, con un micrófono en mano, en peñas, teatros, eventos de cualquier tipo y he trabajado en radio por largas horas y no he dicho ni una mala palabra (con el micrófono encendido). Cuando trabajo con niños, tampoco lo hago. Sé dónde, con quién y, por supuesto, sé acatar normas de censura.

Pero mi blog es mi espacio, mis estados en Facebook son libres y ultimada-madre-mente yo me expreso como quiera. De ninguna manera quiero que esto suene a que me vale lo que la gente piense. Por supuesto que no. Claro que me importa y mucho. Pero no puedo dejar de ser quien soy o dejar de decir lo que siento como lo siento porque a alguien no le guste la forma. Es como ir a reclamarle a un creyente por estar hablando de Dios todo el tiempo, cuando yo soy agnóstica y tengo otra postura. O como ir a gritarle al Papa que me disgusta que meta a Jesús en todo lo que dice. ¡Es el Papa! En eso cree, a eso se dedica. Sería más sano no ir a lugares en los que pueda encontrarme con estas ideas. El problema es que cuando sólo pensamos que nuestro punto de vista es el correcto y sólo miramos a través de nuestro limitado concepto, nos podemos hacer muchas bolas.

Conozco gente que vuelve de su viaje a La India quejándose de que la comida está muy condimentada y gritando “¿Cómo es posible que los pinches indios sean tan desconsiderados y no piensen que los demás seres humanos no comen cosas tan condimentadas?” Perdón, pero ¡no mames! Es su cultura, es su cocina. No se van a adaptar a ti porque tu tripita no lo tolere, porque no te parezca o porque te pique mucho. Lo que quiero decir es que en mi blog a veces encontrarás groserías.



1) No vengas esperando leer a una persona que no soy. Yo sólo puedo ser yo. Tú estás leyendo estas líneas porque tú quieres leerlas. Yo no te traje, yo no te obligué a dar click en mi enlace, yo no te puse una pistola en la sien.

2) Tienes que comprender que las malas palabras sí son necesarias. Como lo oyes, las groserías dan un significado a las cosas. Y además un significado muy claro. Son la forma más rápida de pasar de la emoción a la expresión. Si una persona se machuca el dedo con una puerta, no grita “¡Oh, Dios, me he lastimado el dedo con esta puerta!”. Grita “¡puta madre, pinche puerta, carajo!” Cuando alguien te roba o abusa de ti no le vas a decir :“¡Bribón, maleante, regresa!” No, le dices “¡Óyeme tú, ven acá, pendejo cabrón!” Y no me imagino a una mujer diciéndole al hombre que la engaña o la maltrata: “Hombre infiel , canalla y golpeador, te pido por favor que dejes de usar esta fuerza bruta sobre mi persona”. Más bien puedo verla gritando un sentido: “Mira, pedazo de pendejo, me vuelves a poner un puto dedo encima y te mato, grandísimo hijo de la chingada”.



Las palabras existen por algo y cumplen un cometido muy importante: el emocional. Las groserías ayudan a liberar de forma sana y honesta aquello que llevamos dentro. Podría asegurar que tragarse las groserías no te da cáncer, pero al menos sí te provoca una colitis de miedo. Yo las escribo cuando me parecen necesarias, cuando me nace y, sobre todo, para aclarar la emoción de un punto.

Lo malo es que nos confundimos. Creemos que buenas maneras son sinónimo de bondad. Y que malas palabras denotan maldad. De ninguna manera es así. Hay personas que son muy bien vestidas, muy propias, muy educadas, con un léxico impecable, y que por dentro son unos verdaderos hipócritas cabroncitos que se están cogiendo a quien no deberían estarse cogiendo (por ejemplo). No nos dejemos llevar por las apariencias y no juzguemos a la ligera. Parece que en la sociedad hay muchos que son muy decentes, muy recatados, que nos perdonarían cualquier cosa siempre y cuando lo hagamos hipócritamente. Y a esas personas que se fijan más en la forma que en el contenido, quiero decirles de forma muy bella, con las palabras armoniosas que desean escuchar, que encaminen sus pasos hacia su progenitora y la incomoden en grado superlativo.



Ya lo cantaba Serrat en su canción, cuyo título da nombre a mi reflexión, "Lecciones de urbanidad":

Cultive buenas maneras
para sus malos ejemplos
si no quiere que sus pares
le señalen con el dedo.

Cubra sus bajos instintos
con una piel de cordero,
el hábito no hace al monje,
pero da el pego.

Muéstrese en público cordial,
atento, considerado,
cortés, cumplido, educado,
solícito y servicial.

Y cuando la cague, haga el favor
de engalanar la boñiga
que, admirado, el mundo diga:
"¡Qué lindo caga el señor!"

Hágame caso y tome ya
lecciones de urbanidad.

Tenga a mano una sonrisa
cuando atice el varapalo,
reparta malas noticias
envueltas para regalo.

Dígale al mundo con flores
que va a arrasar el planeta,
firme sentencias de muerte,
pero con buena letra.

Ponga por testigo a Dios
y mienta convincentemente,
haga formar a la gente,
pero sin alzar la voz.

Que a simple vista no se ve
el charol de sus entrañas,
las apariencias engañan
en beneficio de usted.

Cultive buenas maneras
donde esconder sus pecados,
vista su mona de seda
y compruebe el resultado.

Que usted será lo que sea
escoria de los mortales
un perfecto desalmado,
pero con buenos modales.

Insulte con educación,
robe delicadamente,
asesine limpiamente
y time con distinción.

Calumnie pero sin faltar,
traicione con elegancia,
perfume su repugnancia
con exquisita urbanidad.

La manzana verde



A mí me encanta la manzana verde. Conozco infinidad de personas a las que también les gusta mucho. Algunos están de acuerdo en que es rica, pero odian que sea tan ácida. Hay incluso personas que dicen que les gusta el sabor y no tienen ningún problema con lo ácido, pero su color verdoso como presentación no se les hace nada atractivo. Sin embargo, una vez que prueban su original sabor agridulce... quedan fascinados. Como hay de todo en el mundo, muchos no la han probado. Mi amigo Alex, por ejemplo, a la edad de 25 años, comió por primera vez una manzana verde después de que yo le rogué por semanas que lo hiciera. El decía que no le gustaba pero no recordaba haberla comido antes. Un día que le preparé una ensalada con manzana verde... ¡qué sorpresa para él fue darse cuenta de que no sabía que le gustaba tanto! Finalmente, también hay otros que odian la manzana verde, no entiendo muy bien por qué. Bueno, no pueden ni siquiera olerla.

La verdad es que no hay ningún problema con las manzanas verdes. Con ellas se pueden preparar pasteles, bebidas, postres, dulces, galletas, ensaladas... Hay cremas nutritivas hechas con manzana verde, velas, jabones y shampoos con olor a manzana verde... Y también se pueden comer así nadamás, a mordidas.



Yo... yo soy una manzana verde. Hay gente a la que le gusto, hay gente a la que no le gusto, hay quienes me aman, hay quienes me odian, hay quienes no saben que me aman porque no me han probado y hay quienes por mucho que me prueben, nunca me agarrarán el gusto. Por supuesto, hay personitas que no quiero ni que me caten. Otros, de manera peculiar, sólo con verme, se niegan a comerme, jajaja y existe alguien que hasta me ha prohibido ser parte de su dieta.

¿Qué hay de malo en que yo sea una manzana verde? Nada. “No ha madurado, se comporta como una niña pequeña”. ¿Y qué? ¿Dónde está el famoso Manual de la vida en el que se especifica que hay que ser de cierta forma, despertarse a tal hora, vivir de tal manera y comer a las tres en punto? A mí me da igual lo que los demás piensen. ¡Es mi esencia! Por eso precisamente muchos me aman. Y en verdad no entiendo el afán de esas personas por criticarme cuando ni siquiera son un ejemplo de un comportamiento perfecto, impecable, amoroso, educado y tolerante. Nadie lo es.

Mucho antes de descubrir mi identidad verdadera, pensé que era sólo una manzana. Por años traté de ser una piña. Una vez me disfracé de fresa. De hecho, hubo un tiempo en que quería ser tan exótica como un maracuyá. Pero la verdad, yo soy una manzana verde, y ahora más que nunca, soy una manzana verde orgullosa, porque con el paso de los años entendí que la vida y el amor son únicamente cuestión de gustos. Ojalá supiéramos eso antes, para no pasarnos tantos años arrancándonos dolorosamente el dulzor y disfrazando el ácido para minimizar nuestro aroma natural. Todo para agradar a otros. Pero yo vine a este mundo a ser feliz, no a llenar las expectativas de nadie.



Hay que aprender en la vida (y mira, más vale que lo aprendamos temprano) que lo que los demás piensen sobre la manzana verde es su problema. Y si no les gusta, ¡que no la consuman! Porque, en la mayoría de los casos, las personas reaccionan de acuerdo a como creen que son las cosas y no a como son en realidad. Así que si la manzana verde no es de su agrado, que vayan a buscar un mango, una mandarina, un limón... pero por favor ¡¡¡que ya dejen de estar chingando (perdón) a la manzana verde por no haber madurado, por sentir como siente, por vivir como vive y por amar como ama!!! Hay muchos que aprecian su sabor, su olor y su encanto y se la comen apasionadamente. A esos son a los que vale la pena tener cerca.

Si todo esto no es suficiente, diré entonces, para completar el cuadro, que por sus propiedades nutritivas, anti-alérgicas y anti-inflamatorias, la manzana verde nos mantiene jóvenes. Consumirla reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas. Yo aporto también un montón de nutrientes a quienes me conocen, y mi eterna lucha por no perder a mi niña interior me hace un antioxidante maravilloso para la vida. El consumo de la manzana verde es tan sano que es recomendado para niños, jóvenes, adultos, deportistas, artistas, mujeres embarazadas, madres lactantes, estrellas de rock y personas mayores. Yo no he pasado por todos esos, jajaja, ni quiero hacerlo, pero es bueno al menos saber mis posibilidades.

Finalizaré mi reflexión diciendo que la manzana verde es radiante en su color, lleva en sí misma el verde de la vida y además es dulce, satisfactoria y preciosa. La manzana verde es de-li-cio-sa. Y así como es, con su maravilloso encanto y su muy particular sabor, le agrega un sabor inesperado al delicioso “dulce de la vida”. Igual que yo lo hago.

Ita

Carta de año nuevo


CARTA DE FIN DE AÑO

Hola.

Al fin he llegado y me da mucho gusto conocerte. Me voy a presentar como es debido. Mi nombre es “año nuevo” y soy una nueva, limpia y perfecta página en blanco en el gran libro de tu vida. No tengo tachones, ni enmendaduras. Mientras das la vuelta a la última página escrita, ¡llego yo! Así sin más, como una nueva oportunidad para perfeccionar tu técnica en el ingenioso y sagaz arte de vivir. Es hora de que empieces a poner en práctica lo que aprendiste en los últimos 12 meses. ¿Has hecho un recuento? ¿Te has tomado el tiempo para revisar las lecciones y para hacer conclusiones? Porque, lo veas o no, lo creas o no… eres mucho más sabio de lo que eras hace un año.

Seguramente eres diferente ahora de lo que eras el 31 de diciembre del año pasado. ¿Recuerdas quien eras en ese entonces? ¿Dónde estabas? ¿Qué esperabas de la vida? ¿Cuáles eran tus sueños? ¿Qué deseabas? Y hoy, 365 días después, ¿quién eres? ¿Qué nuevas personas has conocido? ¿Qué nuevos lugares? ¿Qué nuevos corazones? ¿Qué nuevas almas? ¿Amores? ¿Dolores? ¿Qué perdiste? ¿Por qué lloraste? ¿Qué ganaste? ¿Qué es lo que se fue y que ya no regresará? ¿Qué nuevas oportunidades te diste? ¿Y de qué te perdiste por miedos absurdos que todavía no te dejan vivir? ¡Cuánto ha pasado en sólo un año! ¡Y ahora llego yo! Con doce meses más de aventura, de problemas, de alegrías, de momentos maravillosos, de montones de gente nueva, de pasión, de música, de risas, de sorpresas…

¿Sabes? Es probable que muchas de las cosas que has esperado y que no han llegado estén en mí escondidas y deseando que las busques con mayor determinación, o en algún lugar distinto de los lugares en los que ya has buscado en años anteriores. O quizá están aguardando a que de verdad te atrevas a descubrir que están delante de tu nariz.

Todo lo bueno que has intentado alcanzar yo te lo puedo dar si consigues aclarar tu mente. Debes tener menos pensamientos contradictorios y más deseos claros y precisos. Si te atreves a tener el coraje de dejar de desear y comenzar a hacer, yo te lo aseguro: lo tengo todo. ¡Todo!

Lo que has soñado pero que no te has atrevido a llevar a la realidad, lo tengo yo. Lo que has deseado, pero no has tenido la voluntad de llevar a cabo, está en mí. Los besos que has querido dar, pero no te has atrevido, están en mí. Todas las oportunidades duermen en mí esperando solo tu propósito firme y tu decisión. Soy lo que necesitas para renovarte, cambiar, volver a empezar... Hoy puedes rectificar tu camino y reconciliarte con los demás o incluso contigo mismo. Soy una oportunidad más para encontrar el amor, o para renovarlo y llevarlo hasta el infinito.

Soy un regalo maravilloso, tu regalo personal. Soy todo tuyo y soy para ti. Te lo suplico: ¡úsame, aprovéchame! Escribe en mí con tu propio puño y letra y utilízame para diseñar lo que quieres que sea tu vida. Pero, sobre todo, utilízame para re-diseñarte a ti, para crearte.

Si lo haces bien, si aprendes a sacarme el máximo provecho, si te atreves a vivir intensamente en mí, yo te prometo que en doce meses serás aún más sabio, habrás aprendido a vivir mejor, sabrás más sobre lo que eres y sobre la vida… y entonces un nuevo regalo llegará, una nueva página, un nuevo capítulo se abrirá en tu vida, para mejorar lo que has hecho, corregirlo o tal vez arrancar de cero.

No tengas miedo de arriesgarte, no tengas miedo de experimentar, no tengas miedo de cambiar, no tengas miedo de amar, no tengas miedo de que te duela, no tengas miedo de perder, no tengas miedo de entregarte, no tengas miedo de vivir, no tengas miedo de llorar, no tengas miedo de intentar ser lo que siempre has soñado ser.

¡No tengas miedo! Hoy me entrego a ti. Feliz año nuevo.

Tuyo: 2020


Mi tesis sobre el amor



Los seres humanos deberíamos venir empaquetados como las medicinas, con una etiqueta donde constaran claramente todos los ingredientes, las dosis, las reacciones secundarias y hasta la vía de administración. Así conoceríamos de antemano los riesgos que hay al consumir a alguien. Pero también es cierto que eso eliminaría la espontaneidad y la belleza que hay en ir descubriendo a la persona amada poco a poco.

Hablar del amor… cosa fácil, ¿no? Uff, pues no. Si supiéramos un poco, sólo un poco sobre el amor, no nos costaría tanto trabajo relacionarnos con otra personita. La realidad es que no es sencillo. Hay tantas variables, que es imposible crear una fórmula mágica para amar. Además vivimos en un mundo que lo complica todavía más. En algún momento yo comprendí que los libros, la televisión y el cine nos venden romances que sólo ocurren en los libros, la televisión y el cine. Nosotros esperamos que el amor sea todo lo que nos dijeron que es: perfecto, sin límites y que todo lo puede. Creemos que el suficiente amor es capaz de cambiar a las personas y que gana por sobre todas las cosas. “Y vivieron felices para siempre”.

Yo soy romántica y ciertamente me he creído lo de comer las perdices y ser felices como lombrices. Pero es que amo vivir en pareja. Amo desayunar junto a “ya-saben-quién”, contarle mis sueños y despedirme con un beso largo y hermoso antes de separarnos para ir a trabajar. Amo recibir sus mensajes y que me llame por teléfono. Amo echarlo de menos y darle un toque para escuchar su voz. Amo el momento en el que lo vuelvo a ver después de tantas horas. Amo cuando le doy un beso y se me acelera el corazón porque ya está cerca. Amo que me cuente su día y contarle el mío y, cuando muero de sueño, que me abrace y quedarme dormida en sus brazos.



Se escucha hermoso, ¿no? La verdad es que se aproxima mucho a lo que es mi vida y, sin embargo, no todos los días son así. A veces hay problemas en el paraíso y el mundo se torna gris. A veces hay tormentas en el alma y en la mente que provocan que el amor se enferme. Es ahí cuando el amor no siempre gana y cuando podemos confundirnos y pensar que el amor no es amor. Y es que en la vida real el príncipe azul tiende a enojarse y a echar tripita, la zapatilla de cristal se rompe y la princesa se arruga, se pone celosa y dice tonterías. Al final, el carruaje se convierte en calabaza. Y suena terrible pero ¿saben qué? En realidad no lo es. Esto es normal, somos humanos. Nos equivocamos, crecemos, envejecemos… Es nuestra condición imperfecta.

Sin embargo, yo creo que el amor, amor, amor, el ver-da-de-ro amor sí es perfecto, sin límites y sí, todo lo puede. El suficiente amor sí cambia a las personas y gana, también gana. Y gana por sobre todas las cosas. Pero eso sí, no puede hacerlo solo. Necesita, ante todo, de dos personas dispuestas a amar. Dos, no una. Porque en el amor, 1+1 siempre es 2. Pero 1-1 siempre es cero.

El amor también necesita toda nuestra constancia, todo nuestro compromiso, todo nuestro coraje y toda nuestra determinación para hacer de cada día una nueva oportunidad para besar, reír, tener detalles, mimar, acariciar… Y lo más importante, el amor necesita de nuestra valentía. Pero no para amar, porque amar se hace fácilmente. No, se necesita valor para limpiar nuestro pasado. Porque para gozar del verdadero amor requerimos higiene mental y una inconmensurable sensatez. Sólo cuando eres realmente cuerdo, el amor te vuelve maravillosamente loco.



Para que el amor sea lo que verdaderamente es, necesita ser exorcizado de fantasmas infantiles, purificado de las imágenes del padre y de la madre, desinfectado de culpas religiosas, y vacunado contra prejuicios copiados y aprendidos por la moda estúpida, la pornografía y los estándares irreales de la belleza. Sólo así y sólo así dejaremos de creer que amar a alguien es estar en desventaja. Sólo así dejaremos de sentir que pedir un poco de cariño y protección es ponernos en manos de alguien y depender de él. Nadie que nos ame, por mucho que nos ame, puede ni debe compensar nuestro pasado, ni sanar los dolores vividos en la infancia, ni resarcir los errores cometidos, ni tampoco pagar los errores de otras personas que nos han hecho daño en el mismo juego del amor.

El amor se da en el presente y sirve para construir un futuro, pero del pasado sólo podemos rescatarnos nosotros mismos. Mientras no logremos sanar nuestra mente de malas interpretaciones, dudas, miedos, fantasmas, complejos y culpas, seguiremos dándonos topes contra la pared, seguiremos encontrando a las personas equivocadas y seguiremos pensando que el verdadero amor no existe. ¡Hay tanto que tenemos que desaprender para ser libres y auténticos!

Por eso, si quieres encontrar el verdadero amor, o si ya lo tienes pero no sabes cómo amar y estás sufriendo, esto es lo que tienes que hacer: ámate, sánate, cura tu mente y tu alma, conócete. Quiérete, quiérete, quiérete, quiérete y mucho. Acéptate, y cuídate, y protégete y res-pé-ta-te. No adulteres tu cuerpo, no adormezcas tu espíritu. Entiende, libera y perdona tu pasado. Cierra ciclos, deja ir. Después, comprométete con esa persona y con su felicidad al 100% y así, desde la mejor parte de ti, podrás compartirte con la mejor parte de alguien más. No esperes encontrar al príncipe azul o a la princesa encantada. Mejor conviértete en el príncipe azul o la princesa encantada.



Lo digo, lo entiendo, lo escribo y te lo aconsejo con absoluta seguridad de que es así y, sin embargo, yo misma todavía no logro hacerlo bien. Supongo que es cuestión de tiempo y de mucha práctica. Lo intentarás con todas tus fuerzas todos los días, todos los días, todos los días y, de pronto, libre de filtros, en un instante verás brillar al fin al amor en los ojos de otra persona y entenderás con cada átomo de tu ser, por qué el amor es y ha sido el sentimiento que más ha obsesionado al hombre a través de la historia, de principio a fin. Y sabrás con absoluta contundencia que si a algo venimos a esta tierra es a amar. Porque, con sus logros y sus fracasos, con sus cimas y sus abismos profundos, con sus alegrías y sus terribles tristezas, la vida siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, será mucho mejor de dos en dos.

Me tocó ser de los que sienten



He perdido la cuenta de las veces que he escuchado hablar a otros sobre la sensibilidad de los artistas como si fuera un estado que produce lástima y que debemos controlar. “Proyectas debilidad” fue uno de esos comentarios. Y es que los que nos dedicamos al arte somos seres a los que se nos dotó con una capacidad especial para sentir y para vivir con los sentimientos a flor de piel. Así nacimos. Es nuestra naturaleza ser espontáneos, creativos, intuitivos, dejarnos llevar, saber captar mejor una sonrisa, una melodía, un paisaje… o entender cuáles son las necesidades emocionales de niños, animales y ancianos.

También nos tocó la enorme dicha de que, con una mirada, con un pequeño roce, en un descuido, en un momento, podemos encontrarnos sintiendo un incomparable amor. Pero no es algo sencillo. Encontrar ese amor que siempre deseamos, que siempre anhelamos, es como encontrar un tesoro, como bajar una estrella. Podemos nunca llegar a tenerlo en la vida, sino sólo en sueños. Porque lo que buscamos es un amor perfecto, hecho a nuestra medida, exactamente con esos ojos, con esa boca, con esa voz, con esa forma de ser y de sentir. Es un ideal. Y lo queremos así: intenso, fuerte, apasionado, incondicional, como nosotros.

Así somos los artistas. “Bohemios” nos llaman. No pueden comprender por qué nos desvivimos así y somos capaces de pasar de la ironía al drama, de la comedia al horror, de la risa al llanto en una sola pieza de arte, o en un solo día. “¡Por el amor de Dios! Que alguien detenga a esos locos, dementes, drameros, pancheros, exagerados que quieren dar todo su corazón, su alma y su cuerpo. No pueden ir por la vida sintiendo tanto”. Y es que no somos “normales”. En cambio, los demás actúan racionalmente y seguramente leyeron “El Manual de la vida”, con todas las normas de comportamiento aceptables. A mí ese manual no me llegó nunca, o falté a la clase en la que se dijo que en la vida está prohibido sentir, llorar y ser un demente. “Deja de decir tonterías” nos dicen continuamente.

¿Cuál de los dos papeles juegas tú en la vida? Yo soy de los que sienten y estoy orgullosa de ser así. Y todas las voces que de mi alma emanan gritan dando gracias a la vida porque ¡me tocó ser de los que sienten! Jamás vendería esta bendita locura por un poco de “sobriedad numérica”. Creo que el mundo es más hermoso desde nuestra perspectiva que desde la perspectiva de las cuentas, la frialdad y la razón. Porque en nuestro paisaje hay flores y besos, hay ángeles y acordes, hay barro y formas. Si bien en el mundo no abundan los genios, sí hay exceso de petardos y “cuerdos”. Pero uno sólo de nosotros puede imaginar más que todos ellos juntos. No me malentiendan. Esto no quiere decir jamás que nosotros seamos mejores, pero tampoco que ellos lo sean. Sólo somos complementarios. Eso en un mundo ideal, en el marco del respeto a las diferencias. Lamentablemente las personas sensibles normalmente somos seres incomprendidos y juzgados por locos.



Es cierto que nos cuestionamos todo constantemente pero, ¿cómo no entrar en discusión ante la poesía implícita en el residuo del carboncillo? ¿Cómo ignorar la melodía de los trazos repetidos acusando el paso del lápiz por el lienzo? ¿Cómo creer en todo, sin preguntarse nada, sin querer redescubrirlo? Y sí, esta bohemia nos vuelve locos. Lo suficientemente desquiciados como para encontrar el ritmo de la poética incluso en los rincones más lóbregos del bajo mundo. Somos tan sensibles como para llorar tres veces al día y para hacer de una lágrima una nota más en el papel pautado. Somos tan impredecibles por nuestros repentinos ataques histriónicos y tan predecibles por la "locura". Somos tan introvertidos con lo que preferimos llevar en el alma, y tan extrovertidos por nuestras ganas de denunciar a quemarropa lo que otros no se atreven a denunciar. Somos tan astutos como para poder vociferar sin palabras y tan audaces para criticar con sutileza. Somos tan maduros a causa de la misma sensibilidad que nos caractariza, pero tan niños por nuestros desequilibrios…

Yo sí vivo con caballos dentro del corazón, que galopan por mis venas porque mi sentir es tan fuerte como una roca. Soy de los locos que sienten y no me avergüenzo, no. Mi batalla diaria entre la sensibilidad excesiva que a veces me da vida y a veces me mata está pagada cuando siento una emoción, un escalofrío, una punzada en el pecho, cuando escucho a los músicos tocar y tiemblo, cuando me miro en los ojos del hombre que amo y percibo su olor.

Y esto, por ejemplo, muchos no pueden entenderlo. No, ellos no comprenden nuestra manera de querer porque no saben qué es sentir en el pecho un estallido provocado por un aliento, no saben lo que es la fidelidad hasta con el pensamiento, no saben lo que es querer dar la vida entera por un sueño, por una ilusión. No lo saben, no lo entienden. Esa gloria es sólo de nosotros, los benditos elegidos, los que sentimos, los que caminamos por el sendero de las emociones: los artistas.

Sin embargo, qué ironía. También he perdido la cuenta de cuántas veces me han dicho frases como estas: “Tú que eres tan sensible, ayúdame a escribir una carta para mi mujer. Es que sabes decir las cosas con el corazón”. “Cantas precioso, me conmoviste. ¿Podrías cantarle algo a mi novio porque está enojado conmigo?” “Bienvenida a la fiesta. Ay, pero no trajiste la guitarra”. Y yo me pregunto entonces, ¿nuestra “sensibilidad horrenda” tiene un valor y una razón de ser sólo cuando la necesitan? ¿Ahí no le ven peros a nuestra irracionalidad? Tenemos sentido. Lo tenemos, lo tenemos. No cambiemos, no nos vendamos, no nos regalemos, no nos revelemos a todos.



La próxima vez que escuche una de esas vacías afirmaciones sobre nosotros, como “No hagas drama”, “¿Eres cantante? Ah, pero, ¿en qué trabajas?” o “Qué débiles son los artistas” recordaré estas frases, que me ayudan en mi día a día a luchar en contra de la incomprensión y el rechazo a nuestra naturaleza.

“No se debe confundir al sensible con débil. Vivir con sensibilidad requiere un esfuerzo supremo de capacidad para el dolor.”
Paloma Cobollo

“Sólo el alma sensible de un artista es capaz de mirar al mundo y comprenderlo todo, aún cuando sea diferente a sí mismo. Y sin embargo, qué incomprensibles son los artistas ante la mirada injusta del mundo que los juzga continuamente”.
Luis Gabriel Carrillo Navas

"Así como hay personas que necesitan llevar lentes negros para no lastimarse la vista, las hay que necesitan llevar una funda en el corazón, para no lastimarse el alma.”
Ita María Ruiz

¿Quieres jugar?

Nuevamente mi idealismo provocándome reflexiones. Debo confesar que este tema me causa mucha confusión y unos dolores de cabeza terribles. Siempre he estado obsesionada con él. “Cuando menos caso le hacemos a alguien, más atención nos presta.” Y viceversa. Sí, muchas personas parecen estar seguras de que para tener la atención de alguien es necesario llevar a cabo un plan macabro, una estrategia, como cuando se juega al ajedrez. La “sabiduría” popular nos anima a que nos relacionemos de esta forma. El otro día estaba hablando con unas amigas y todas comenzamos a relatar nuestros problemas amorosos al más puro estilo de reality show. No divulgaré historias ni nombres con el fin de que ellas no me odien profundamente y de que no se propongan no hablar nunca más en mi presencia. Pero vamos al tema. Cuando una de ellas contó su historia, tuvo lugar el Consejo de las reinas sabias, lo que suele ocurrir en estos casos. Cada una de las damas de la mesa redonda, copa en mano, dio su veredicto con respecto a lo narrado con base en su experiencia. De esta manera, se desarrolló una sucesión de consejos consistentes en subrayar la falta de estrategia de la chica escaldada. “Nunca puedes demostrar del todo lo que sientes”. “Hay que guardar cartas en la manga.” “Cuando te mande un mensaje, no le contestes al momento, respóndele veintisiete minutos después. “Si te llama por teléfono, no respondas a la primera llamada. No vaya a ser que te note ansiosa.” “Paséate delante de él con indiferencia por la casa, aparenta que no te importa en lo más mínimo su presencia y, si puedes, mejor vete. Que te eche de menos.” “Finge que ya no lo quieres tanto para que trabaje por ti.” “Hazle creer que te importan un rábano sus sentimientos y oculta los tuyos para que no crea que eres débil.”

Todas esas frases que con mayor o menor fortuna la mayoría de nosotros hemos tenido la ocasión de escuchar de la boca de algún amigo o conocido, y que te hacen sentir como si todo el mundo tuviera bien aprendidos los secretos ocultos del amor, pero tú hubieras faltado al colegio el día que lo explicaron. El mundo de las relaciones personales se ha transformado en un tablero de ajedrez a gran escala en el que si no tienes estrategia, estás jodida. Es así de simple. Los sentimientos, el amor, las relaciones sanas, el respeto a las personas, la empatía, el valorar la sensibilidad, la honestidad, la verdad… Todo esto debería bastar. No mirarnos constantemente el ombligo, ser coherentes. Pero en vez de esto, el ser genuino queda sepultado bajo un tablero y unos dados, en un marco en el que lo único relevante es ganar, no perder. Y para ganar, si es preciso, se pisotea al adversario. Pisotear antes que ser pisoteado. Son las reglas. Y lo peor es que socialmente las aceptamos. Validamos el hecho de hacer de las relaciones un juego. Por este motivo, aún a pesar de ser la víctima, todo el mundo se dispuso a hacerle responsable a la chica en cuestión de lo que le sucede, por demostrar sus sentimientos a su pareja y “estar disponible siempre.” Al fin y al cabo, era su labor haberse protegido mediante una buena estrategia de las malas artes de su marido.
Porque, eso sí, se supone que “jugamos”, es indefenso, no hace daño. Disfrazamos lo que sentimos bajo planes bien conformados para protegernos. "En el amor y en la guerra todo vale”, dicen. Y en los juegos, realmente, lo que se produce a fin de cuentas es una pugna por el poder. Se trata de establecer una competitividad para conseguir dominar al otro. Hacerle morder el polvo, sudar frío, perder. A mí esto me parece muy bien si nos sentamos a jugar dominó, pero no tanto cuando lo que intento es relacionarme con un hombre al que amo. ¿Qué quieren que les diga? Así de rara soy yo, no me gusta que haya competitividad en mis relaciones ni que el hombre de mi vida me esté mareando la perdiz y ser yo la culpable por no tener un “plan de batalla”, por no ignorarlo, por quererlo abiertamente, por desear estar con él. ¡Pero si no es una guerra! ¡Es el amor! En las relaciones sinceras no deberían desarrollarse estructuras de poder, de desequilibrio entre dos, sino leyes igualitarias, que es lo que se consigue cuando se alude a la estrategia. Sobre todo porque es lo que vamos proclamando para hacernos los interesantes y queremos pasar por muy modernos y abiertos cuando hablamos de temas tan mundanos y cotidianos como la violencia de género. De hecho, con esta cultura de estrategia se fomenta, precisamente, una permisividad insana a dañar sensibilidades. Es decir, que los individuos de la era moderna, por mucho que vayan por ahí alegando con la boca bien llena que tienen relaciones serias, duraderas y basadas en el amor, en el fondo se mueven por principios estratégicos de poder en los que es completamente válido dañar, con el fin de proteger nuestros propios sentimientos. Aún a costa del dolor ajeno, claro está, pero eso es lo de menos. A mí, ¿qué mierda (perdón) me importa herir los sentimientos de la persona amada si yo me salgo con la mía?
Probablemente, todo sería mucho más sencillo si nos encargáramos de olvidarnos del tablero y de reivindicar la sinceridad y la coherencia sentimiento-pensamiento como única estrategia. Pero, claro, eso supondría que somos adultos maduros y consecuentes que no tienen miedo a ser heridos. Y la mayoría de nosotros no somos más que niños asustados. Mientras no dejemos de aferrarnos a nuestros juegos de mesa, nunca nos relacionaremos con responsabilidad. “Aunque desees estar con esa persona, mejor ve a otra parte, para que él se interese más por ti.” Pasarás un buen rato con los amigos, eso es indudable. Pero, ¿por qué tengo que privarme a mí misma de estar con quién quiero estar? ¿Por estrategia? ¿Hasta qué punto es ético hacer de los sentimientos un juego? ¿Hasta qué punto es sano para nosotros mismos fingir que somos muy interesantes y negar el amor? Y por otra parte, ¿quién me garantiza que la otra persona va a pensar ó a sentir lo que yo quiero que piense ó sienta con mi comportamiento? Esto no es algo nuevo. Llevo años (muchos años), intentando negar lo evidente. Allá por el pleistoceno me dijeron por primera vez aquello de “para que Fulanito te haga caso tienes que hacerte la dura, hacer como que no te importa na-di-ta. Y yo, que soy naturalmente ingenua, no lo voy a negar, pensé: “Eso ocurrirá con determinadas personas, pero no con la mayoría. Las personas no podemos ser tan rematadamente estúpidas. (Ok, pueden pensarlo: “Ita, pobre ilusa. Es linda, ella, pero tontita). Porque, seamos francos, lo ideal debería ser que hiciéramos caso a las personas en la medida que éstas nos hagan caso a nosotros. Pero desgraciadamente, en el mundo real no funciona así. Es decir, si yo llamo por teléfono a Fulanito veinte veces y no contesta ni una sola vez, ¿qué sentido tiene que lo llame otras veinte? Ninguno. Y, sin embargo, me angustiaré y me empecinaré y me obsesionaré de tal forma con la idea de que me haga caso, que lo único que me importará en la vida en ese momento será que Fulanito, el cabrón de Fulanito, me conteste el teléfono de una vez. Así que insistiré y Fulanito habrá conseguido precisamente lo que quería: que yo me muera por sus huesos y que caiga rendida a sus pies sin haber movido un dedo, haciéndose el ofendido e ignorando mi existencia.
Lo peor es que la función inversa también es muy real: cuanto más caso nos hace alguien, menos atención le prestamos a esa persona. Si otro Fulanito, por casualidad, nos dice que nos ama, que nos quiere poner una casa en donde vivir juntos por siempre y en la que seremos su prioridad, la única emoción que se despierta en nosotros es flojera y llegamos a pensar que sí, que efectivamente Fulanito nos quiere mucho, pero por eso mismo no nos interesa. Es decir, cuánta más atención me prestas menos me atraes. No quiero estar contigo porque me amas mucho. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Dónde están las neuronas en nuestros cerebros? Ecooo, ecooo… Esto es un poco masoquista. Si fuéramos personas sanas y equilibradas que toman All Bran todos los días, nos daríamos cuenta de que lo más normal, lo mejor para nosotros, hasta por instinto de preservación, es elegir lo que nos ayuda a sobrevivir, no lo que nos destruye. Lo mejor es que le hagamos caso a quien nos hace caso y en la medida que nos hace caso. Lo que viene siendo un estado de reciprocidad entre dos seres humanos. Y quien no nos hace caso ó es indiferente y frío con nosotros ó nos niega un abrazo y un beso, que pase a mejor vida y se vaya a su pantano de miseria a lastimar a otros.

Pero al parecer, ponerlo difícil atrae amores eternos potenciales, que encuentran en eso de que parezcas un témpano de hielo algo hermoso. “Oye, mi amor, voy a alquilar una avioneta y voy a escribir tu nombre con humo en el cielo, así te llames Francisco de Asís y de Jesús Fernández de la Piedra y Estevez y tenga que pintar todo el cielo. Lo haré para demostrarte que te amo para que al fin dejes de hacerte el duro. O con el fin de que me perdones algún error que haya cometido. Eso sí, cuando al fin haya podido conseguir tu atención ó me hayas perdonado, entonces tendré que ignorarte por completo para que me ames y me busques y me llames. Es que el mundo es así. A pesar de esta teoría lanzada ahí, al aire, con la esperanza de que alguien entienda lo que estoy diciendo, siempre habrá quien no quiera ver más allá y continúe promoviendo que la mejor manera de mantener el interés de alguien es no haciendo caso al objeto de nuestros deseos, fingir desinterés. Y lo dirán creyendo que es un juego inofensivo, así como muy divertido, como si no escondiera en su dinámica algo más profundo. No obstante, yo lo tengo muy claro: en el momento en el que para atraer la atención de una persona tienes que "ponerte tus moños" e ignorarla, obtener la atención de esa persona debería dejar de interesarme. Porque no es sano. Y porque creo que todos nos merecemos que nos valoren por el amor que damos, no por el que no somos capaces de dar.