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Lecciones de urbanidad 1


Hay muchos temas de los que quiero hablar en relación con las lecciones de urbanidad, pero como no hay tiempo que alcance, hoy sólo tocaré una de las vertientes: las groserías o tacos. Hay personas a las que no les gusta que escriba malas palabras en el blog, o que las diga en la vida diaria. “No son necesarias” según me dicen. El asunto es que yo soy mal hablada. Claro, sé cuando decir malas palabras y cuando no decirlas. Durante años he cantado frente a muchas audiencias, con un micrófono en mano, en peñas, teatros, eventos de cualquier tipo y he trabajado en radio por largas horas y no he dicho ni una mala palabra (con el micrófono encendido). Cuando trabajo con niños, tampoco lo hago. Sé dónde, con quién y, por supuesto, sé acatar normas de censura.

Pero mi blog es mi espacio, mis estados en Facebook son libres y ultimada-madre-mente yo me expreso como quiera. De ninguna manera quiero que esto suene a que me vale lo que la gente piense. Por supuesto que no. Claro que me importa y mucho. Pero no puedo dejar de ser quien soy o dejar de decir lo que siento como lo siento porque a alguien no le guste la forma. Es como ir a reclamarle a un creyente por estar hablando de Dios todo el tiempo, cuando yo soy agnóstica y tengo otra postura. O como ir a gritarle al Papa que me disgusta que meta a Jesús en todo lo que dice. ¡Es el Papa! En eso cree, a eso se dedica. Sería más sano no ir a lugares en los que pueda encontrarme con estas ideas. El problema es que cuando sólo pensamos que nuestro punto de vista es el correcto y sólo miramos a través de nuestro limitado concepto, nos podemos hacer muchas bolas.

Conozco gente que vuelve de su viaje a La India quejándose de que la comida está muy condimentada y gritando “¿Cómo es posible que los pinches indios sean tan desconsiderados y no piensen que los demás seres humanos no comen cosas tan condimentadas?” Perdón, pero ¡no mames! Es su cultura, es su cocina. No se van a adaptar a ti porque tu tripita no lo tolere, porque no te parezca o porque te pique mucho. Lo que quiero decir es que en mi blog a veces encontrarás groserías.



1) No vengas esperando leer a una persona que no soy. Yo sólo puedo ser yo. Tú estás leyendo estas líneas porque tú quieres leerlas. Yo no te traje, yo no te obligué a dar click en mi enlace, yo no te puse una pistola en la sien.

2) Tienes que comprender que las malas palabras sí son necesarias. Como lo oyes, las groserías dan un significado a las cosas. Y además un significado muy claro. Son la forma más rápida de pasar de la emoción a la expresión. Si una persona se machuca el dedo con una puerta, no grita “¡Oh, Dios, me he lastimado el dedo con esta puerta!”. Grita “¡puta madre, pinche puerta, carajo!” Cuando alguien te roba o abusa de ti no le vas a decir :“¡Bribón, maleante, regresa!” No, le dices “¡Óyeme tú, ven acá, pendejo cabrón!” Y no me imagino a una mujer diciéndole al hombre que la engaña o la maltrata: “Hombre infiel , canalla y golpeador, te pido por favor que dejes de usar esta fuerza bruta sobre mi persona”. Más bien puedo verla gritando un sentido: “Mira, pedazo de pendejo, me vuelves a poner un puto dedo encima y te mato, grandísimo hijo de la chingada”.



Las palabras existen por algo y cumplen un cometido muy importante: el emocional. Las groserías ayudan a liberar de forma sana y honesta aquello que llevamos dentro. Podría asegurar que tragarse las groserías no te da cáncer, pero al menos sí te provoca una colitis de miedo. Yo las escribo cuando me parecen necesarias, cuando me nace y, sobre todo, para aclarar la emoción de un punto.

Lo malo es que nos confundimos. Creemos que buenas maneras son sinónimo de bondad. Y que malas palabras denotan maldad. De ninguna manera es así. Hay personas que son muy bien vestidas, muy propias, muy educadas, con un léxico impecable, y que por dentro son unos verdaderos hipócritas cabroncitos que se están cogiendo a quien no deberían estarse cogiendo (por ejemplo). No nos dejemos llevar por las apariencias y no juzguemos a la ligera. Parece que en la sociedad hay muchos que son muy decentes, muy recatados, que nos perdonarían cualquier cosa siempre y cuando lo hagamos hipócritamente. Y a esas personas que se fijan más en la forma que en el contenido, quiero decirles de forma muy bella, con las palabras armoniosas que desean escuchar, que encaminen sus pasos hacia su progenitora y la incomoden en grado superlativo.



Ya lo cantaba Serrat en su canción, cuyo título da nombre a mi reflexión, "Lecciones de urbanidad":

Cultive buenas maneras
para sus malos ejemplos
si no quiere que sus pares
le señalen con el dedo.

Cubra sus bajos instintos
con una piel de cordero,
el hábito no hace al monje,
pero da el pego.

Muéstrese en público cordial,
atento, considerado,
cortés, cumplido, educado,
solícito y servicial.

Y cuando la cague, haga el favor
de engalanar la boñiga
que, admirado, el mundo diga:
"¡Qué lindo caga el señor!"

Hágame caso y tome ya
lecciones de urbanidad.

Tenga a mano una sonrisa
cuando atice el varapalo,
reparta malas noticias
envueltas para regalo.

Dígale al mundo con flores
que va a arrasar el planeta,
firme sentencias de muerte,
pero con buena letra.

Ponga por testigo a Dios
y mienta convincentemente,
haga formar a la gente,
pero sin alzar la voz.

Que a simple vista no se ve
el charol de sus entrañas,
las apariencias engañan
en beneficio de usted.

Cultive buenas maneras
donde esconder sus pecados,
vista su mona de seda
y compruebe el resultado.

Que usted será lo que sea
escoria de los mortales
un perfecto desalmado,
pero con buenos modales.

Insulte con educación,
robe delicadamente,
asesine limpiamente
y time con distinción.

Calumnie pero sin faltar,
traicione con elegancia,
perfume su repugnancia
con exquisita urbanidad.

La manzana verde



A mí me encanta la manzana verde. Conozco infinidad de personas a las que también les gusta mucho. Algunos están de acuerdo en que es rica, pero odian que sea tan ácida. Hay incluso personas que dicen que les gusta el sabor y no tienen ningún problema con lo ácido, pero su color verdoso como presentación no se les hace nada atractivo. Sin embargo, una vez que prueban su original sabor agridulce... quedan fascinados. Como hay de todo en el mundo, muchos no la han probado. Mi amigo Alex, por ejemplo, a la edad de 25 años, comió por primera vez una manzana verde después de que yo le rogué por semanas que lo hiciera. El decía que no le gustaba pero no recordaba haberla comido antes. Un día que le preparé una ensalada con manzana verde... ¡qué sorpresa para él fue darse cuenta de que no sabía que le gustaba tanto! Finalmente, también hay otros que odian la manzana verde, no entiendo muy bien por qué. Bueno, no pueden ni siquiera olerla.

La verdad es que no hay ningún problema con las manzanas verdes. Con ellas se pueden preparar pasteles, bebidas, postres, dulces, galletas, ensaladas... Hay cremas nutritivas hechas con manzana verde, velas, jabones y shampoos con olor a manzana verde... Y también se pueden comer así nadamás, a mordidas.



Yo... yo soy una manzana verde. Hay gente a la que le gusto, hay gente a la que no le gusto, hay quienes me aman, hay quienes me odian, hay quienes no saben que me aman porque no me han probado y hay quienes por mucho que me prueben, nunca me agarrarán el gusto. Por supuesto, hay personitas que no quiero ni que me caten. Otros, de manera peculiar, sólo con verme, se niegan a comerme, jajaja y existe alguien que hasta me ha prohibido ser parte de su dieta.

¿Qué hay de malo en que yo sea una manzana verde? Nada. “No ha madurado, se comporta como una niña pequeña”. ¿Y qué? ¿Dónde está el famoso Manual de la vida en el que se especifica que hay que ser de cierta forma, despertarse a tal hora, vivir de tal manera y comer a las tres en punto? A mí me da igual lo que los demás piensen. ¡Es mi esencia! Por eso precisamente muchos me aman. Y en verdad no entiendo el afán de esas personas por criticarme cuando ni siquiera son un ejemplo de un comportamiento perfecto, impecable, amoroso, educado y tolerante. Nadie lo es.

Mucho antes de descubrir mi identidad verdadera, pensé que era sólo una manzana. Por años traté de ser una piña. Una vez me disfracé de fresa. De hecho, hubo un tiempo en que quería ser tan exótica como un maracuyá. Pero la verdad, yo soy una manzana verde, y ahora más que nunca, soy una manzana verde orgullosa, porque con el paso de los años entendí que la vida y el amor son únicamente cuestión de gustos. Ojalá supiéramos eso antes, para no pasarnos tantos años arrancándonos dolorosamente el dulzor y disfrazando el ácido para minimizar nuestro aroma natural. Todo para agradar a otros. Pero yo vine a este mundo a ser feliz, no a llenar las expectativas de nadie.



Hay que aprender en la vida (y mira, más vale que lo aprendamos temprano) que lo que los demás piensen sobre la manzana verde es su problema. Y si no les gusta, ¡que no la consuman! Porque, en la mayoría de los casos, las personas reaccionan de acuerdo a como creen que son las cosas y no a como son en realidad. Así que si la manzana verde no es de su agrado, que vayan a buscar un mango, una mandarina, un limón... pero por favor ¡¡¡que ya dejen de estar chingando (perdón) a la manzana verde por no haber madurado, por sentir como siente, por vivir como vive y por amar como ama!!! Hay muchos que aprecian su sabor, su olor y su encanto y se la comen apasionadamente. A esos son a los que vale la pena tener cerca.

Si todo esto no es suficiente, diré entonces, para completar el cuadro, que por sus propiedades nutritivas, anti-alérgicas y anti-inflamatorias, la manzana verde nos mantiene jóvenes. Consumirla reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas. Yo aporto también un montón de nutrientes a quienes me conocen, y mi eterna lucha por no perder a mi niña interior me hace un antioxidante maravilloso para la vida. El consumo de la manzana verde es tan sano que es recomendado para niños, jóvenes, adultos, deportistas, artistas, mujeres embarazadas, madres lactantes, estrellas de rock y personas mayores. Yo no he pasado por todos esos, jajaja, ni quiero hacerlo, pero es bueno al menos saber mis posibilidades.

Finalizaré mi reflexión diciendo que la manzana verde es radiante en su color, lleva en sí misma el verde de la vida y además es dulce, satisfactoria y preciosa. La manzana verde es de-li-cio-sa. Y así como es, con su maravilloso encanto y su muy particular sabor, le agrega un sabor inesperado al delicioso “dulce de la vida”. Igual que yo lo hago.

Ita